Joann Fouquette, madre de Ezra, recordaba los primeros meses de vida de su hijo como una etapa llena de alegría y logros típicos de un bebé sano y feliz. Sin embargo, alrededor de los 17 meses, las cosas comenzaron a cambiar drásticamente. Ezra dejó de hablar, comenzó a cubrirse los oídos y a golpear su cabeza contra el suelo en señal de malestar.
La preocupación creció, y en 2012, a los 22 meses de edad, a Ezra le diagnosticaron un trastorno del espectro autista (TEA). Para Joann Fouquette, este diagnóstico fue devastador, y describió la experiencia como «perder al hijo que imaginaste tener y la vida que habías planeado para él».
El TEA es un trastorno neurológico que afecta a uno de cada 44 niños en Estados Unidos, según los CDC. Los síntomas centrales incluyen dificultades en la comunicación, problemas sociales y comportamientos repetitivos.
Sin embargo, el autismo puede manifestarse de diferentes maneras, desde dificultades para mantener una conversación hasta la ausencia total de habla. Además, el autismo puede dar lugar a comportamientos más problemáticos, como agresividad y autolesiones.
Aunque existen terapias conductuales, ocupacionales y del habla para tratar estos síntomas, no existen tratamientos aprobados por la FDA para abordar los síntomas centrales del autismo. Algunos antipsicóticos, aprobados para tratar trastornos como la esquizofrenia y el trastorno bipolar, se utilizan en casos de agresión o autolesiones graves en niños con autismo, pero están asociados con efectos secundarios significativos.
En busca de respuestas, Joann Fouquette probó numerosos enfoques, desde dietas especiales hasta terapias alternativas, pero no quiso recurrir a medicamentos psicotrópicos debido a los efectos secundarios.
Finalmente, se enteró de un ensayo clínico en la Universidad de California, San Diego, que investigaba el uso del cannabidiol (CBD), un componente no psicoactivo del cannabis, en niños con autismo. A pesar de las dudas iniciales, decidió inscribir a Ezra en el estudio.
El estudio, que aún está en curso, es un ensayo cruzado doble ciego controlado con placebo que investiga cómo el CBD afecta el cerebro de los niños con autismo. Los primeros resultados han sido prometedores, con mejoras en la irritabilidad, los episodios explosivos y los comportamientos repetitivos en algunos participantes.
A pesar de los resultados alentadores, los expertos advierten que se necesita más investigación antes de considerar el CBD como un tratamiento ampliamente aceptado para el autismo. Además, el uso de CBD no está exento de riesgos y debe ser supervisado por profesionales de la salud.
Para Joann Fouquette, los cambios en su hijo Ezra han sido notables. Aunque no considera que el CBD sea una cura para el autismo, le ha brindado a su hijo la capacidad de comunicarse y ha reducido su agresividad. Ezra, ahora con 11 años, ha seguido progresando desde su participación en el estudio, y su madre está agradecida por cada avance que logra.